1920

Un enigma de amor en La Pedrera

El abuelo Ninus Baladia en el balcón del piso de La Pedrera el año 1920. La foto se la hizo la abuela cuando eran novios. Aunque el abuelo lleva un albornoz, habitualmente no vivía aquí. Eran una pareja moderna y él vivía en casa de la familia de ella, en la finca de los Llorach, en Sant Gervasi. © Archivo Baladia
El abuelo Ninus Baladia en el balcón del piso de La Pedrera el año 1920. La foto se la hizo la abuela cuando eran novios. Aunque el abuelo lleva un albornoz, habitualmente no vivía aquí. Eran una pareja moderna y él vivía en casa de la familia de ella, en la finca de los Llorach, en Sant Gervasi. © Archivo Baladia
Fotos realizadas por la abuela, Montserrat Ferrater Llorach, alrededor de La Pedrera. Sorprenden las escenas costumbristas que retrata. © Archivo Baladia
Fotos realizadas por la abuela, Montserrat Ferrater Llorach, alrededor de La Pedrera. Sorprenden las escenas costumbristas que retrata. © Archivo Baladia
Fotos realizadas por la abuela, Montserrat Ferrater Llorach, alrededor de La Pedrera. Sorprenden las escenas costumbristas que retrata. © Archivo Baladia
Fotos realizadas por la abuela, Montserrat Ferrater Llorach, alrededor de La Pedrera. Sorprenden las escenas costumbristas que retrata. © Archivo Baladia

El año 1906 el arquitecto Antoni Gaudí ve como se ponen los primeros ladrillos de su proyecto en el solar del que será el icono del Modernismo, el edificio de la Casa Milà, «La Pedrera», en el Passeig de Gràcia de Barcelona. Este mismo año, el escritor Eugeni d'Ors ve publicadas en La Veu de Catalunya sus primeras glosas sobre Teresa, La Ben Plantada, la mujer bellísima, admirada por todos y musa enigmática que se convertirá en icono del Noucentisme y esencia de la renaciente catalanidad. Estas dos efemérides, que son la eclosión de dos movimientos artísticos —y de pensamiento— antagónicos y enfrentados, tuvieron, sorprendentemente, un punto en común: mi bisabuela, Teresa Mestre de Baladia, esposa de mi bisabuelo, para mí «el Padrí».

Dos años más tarde, el artista más modernista de todos, Ramon Casas, retrató a mi bisabuela en secreto y Eugeni d'Ors, al ver la pintura que inspiraba su «Ben Plantada», declaró que aquel cuadro era la piedra fundacional del Noucentisme y decidió impulsar una iniciativa atrevida: la Galería de catalanas hermosas, como complemento de la ya existente Galería de catalanes ilustres. El primer retrato, proclamó, sería el de mi bisabuela. El poeta Joan Maragall se sumó con entusiasmo a la iniciativa y movilizó la sociedad para tirar el proyecto adelante.

Pero como tan a menudo pasa en este país, todo se echó a perder. La tía Ramona, burguesa gordísima y riquísima matriarca de los Baladia, se escandalizó con tantas frivolidades artísticas y decidió encerrar a Teresa en la casa señorial con aires de castillo que el arquitecto Josep Puig i Cadafalch les había remodelado en el pueblo de veraneo de Argentona. El Museu d'Art de Catalunya igualmente pidió el retrato de La Ben Plantada a Ramon Casas. Éste solicitó permiso a mi bisabuelo, el Padrí, que consintió en que el museo se quedara la obra. Pero, para evitar más conflictos, Casas exigió una cláusula al museo en la que éste se comprometía a que el cuadro de Teresa nunca formaría parte de una galería de retratos.

La bellísima y admirada Teresa no soportó el castigo de la tía Ramona, y una noche se escapó al galope sobre su caballo. Abandonó al esposo y los tres hijos, Gip, Niní y Ninus, con la tía. Teresa se instaló en una casa que tenían en Barcelona, pensando que el esposo y los hijos la seguirían. Su esposo estaba locamente enamorado de ella. La adoraba. Pero la cosa no fue así. La tía Ramona le dijo al Padrí que si volvía con la esposa, le desheredaría. Pasaban los meses y nada se movía. Teresa les escribía cartas y Ramona las interceptaba todas. Mantener la discreción, el secreto y el buen nombre de la familia era lo más importante para la tía.

Teresa se estuvo moviendo entre las distintas casas que la familia tenía en Barcelona. Una de ellas era La Pedrera, y la leyenda familiar dice que allí es donde vivió en los tiempos más tormentosos. El piso de La Pedrera, aunque medía trescientos metros cuadrados, lo tenían como un pied a terre, es decir, un lugar céntrico, práctico y pequeño para quedarse las noches que salían tarde del Liceu, del Palau de la Música, del teatro o de alguna fiesta y no les daba tiempo de volver al palacete isabelino de la Riera de Mataró o a la casa señorial de Argentona.

La tía Ramona prohibió a Teresa volver a ver a los hijos. La tía les retenía con el padre en Argentona. Teresa se desesperaba. Y entonces la socorrió y se enamoró de ella un admirador joven y atractivo, el polifacético activista cultural Josep Pijoan, creador del Institut d'Estudis Catalans y uno de los hombres de su generación que más proyección prometía, hasta que el poderoso Puig i Cadafalch, íntimo amigo del Padrí, le declaró la guerra, precisamente a raíz del escándalo amoroso con Teresa. La historia entre Teresa Baladia y Josep Pijoan fue uno de los escándalos y uno de los enigmas más grandes que sacudieron la sociedad catalana de la Belle Époque, y lo bautizaron como «La estrepitosa y misteriosa huida». Es muy difícil saber qué pasó realmente, ya que todavía hoy hay muchos enigmas a su alrededor. No se sabe exactamente dónde se alojaron, cuándo se fueron, a dónde fueron ni, lo que era más comprometedor, si ella ya estaba embarazada o no de Pijoan mientras estaban en Barcelona. Había que evitar un escándalo. Tanto Teresa como Pijoan evitaron siempre más dar datos sobre la escapada, y cuando lo hicieron, era para añadir todavía más confusión.

La bisabuela Teresa nunca volvió al hogar. Con Pijoan tuvo dos hijos y recorrieron todo el mundo, siempre rodeados de personalidades relevantes de su época. Murió en Nueva York, mientras un amigo íntimo, Andrés Segovia, le acompañaba con la guitarra en la habitación de la clínica en la que dejó este mundo. Pijoan después se volvió a casar con su secretaria, mucho más joven que él, y se instalaron en Ginebra. El Padrí, herido de desamor, permaneció como un monje casi siempre encerrado en la casa señorial de Argentona. Muchos años más tarde supe que siguió pagando las cuotas del Centre Excursionista de Catalunya de su esposa hasta el día que supo de su muerte. Quizás en recuerdo de los tiempos felices que vivieron juntos en las montañas de los Pirineos y los Alpes. Y también, cuando se enteró de la muerte de su esposa, el Padrí se puso corbata negra el resto de sus días.

El piso de La Pedrera siguió casi siempre vacío. Nadie lo utilizaba. El heredero, Gip, ya tenía, también en el Passeig de Gràcia, esquina con la calle València, un piso principal y un torreón en lo alto del edificio que utilizaba de «estudio artístico», aunque parece que en realidad lo tenía para finalidades más festivas. Niní se alojaba en una torre al pie de Vallvidrera. Mi abuelo Ninus, mientras estudiaba en Barcelona, se alojaba casi siempre en la finca de su prometida, Rat de Ferrater Llorach, en Sant Gervasi. Cuando se casaron, se fueron a Mataró para estar cerca de la fábrica. Solo el bisabuelo, muy de vez en cuando, se quedaba alguna noche en La Pedrera para volver rápidamente a Argentona. Pero el alquiler lo siguió pagando hasta principios de la década de los años treinta. Parece demasiado tiempo para conservar un piso que nadie usaba. Otro enigma.

Un pensamiento me ronda por la cabeza, y es que podría ser que el Padrí quisiera conservar tantos años el piso de La Pedrera confiando que algún día, quizás, sin avisar, inesperadamente, su querida y adorada Teresa, su eterna Ben Plantada, volvería allí.

Contribuidor/a: 

Javier Baladia (Barcelona, 1965) es autor de la novela Antes que el tiempo lo borre. Recuerdos de los años de esplendor y la bohemia de la burguesía catalana (Editorial Juventud, 3a edición 2010) que nos describe la vida privada de su familia, los Baladia, y nos traslada a los años dorados de una élite cosmopolita y culta. Fue co-guionista de la película documental homónima Barcelona, ​​antes de que el tiempo lo borre, dirigida por Mireia Ros en 2010. Ganó el Premio Gaudí 2012 al Mejor Documental.